lunes, 17 de febrero de 2014

El Capitán América y el fantasma de la libertad


En 1981 veía la luz el número 263(numeración USA) de la colección del Capitán América, por título llevaba: ¡...La última película!(1) En este número se cerraba un breve arco argumental de tres números donde el Capi volvía a vérselas con su archienemigo, Cráneo Rojo.

En esta trama Cráneo Rojo ha urdido toda una trama para intentar poner fin a la vida del Capitán América. Uno de los elementos principales de dicha trama es el Ameroidre, un androide vestido igual que el Capi, pero mucho más poderoso, de hecho, en tamaño es el doble que el propio Capitán América. El Amerodide y el Capi ya se habían visto las caras antes, y habían conseguido limar sus diferencias. El Ameroidre, en realidad, es un androide construido a partir de un ser humano cuyo nombre es Dekker.

Tras ese primer encuentro entre ambos, Cráneo Rojo se acerco a Dekker sin revelar su autentica identidad y consiguió manipular sus recuerdos y su mente, consiguiendo que odiara al Capitán América. Durante la batalla final, Dekker consigue recuperar sus recuerdos pero Cráneo Rojo lo controla como un robot. Dekker no puede oponerse y los controles de Cráneo Rojo hacen de Dekker una marioneta que está dispuesta a matar al Capitán América. Dekker no puede hacer nada por evitar comportarse de esa manera, parece no tener libertad, ni libre albedrío, su comportamiento está completamente determinado por lo que dicta Cráneo Rojo. El Capitán intenta que Dekker recupere su libertad y le exhorta a ello como sigue:


No digas eso, Dekker ¡tienes voluntad! No eres una marioneta, tienes voluntad ¡lucha! Escúchame, Dekker... Puede que tu cuerpo sea sintético... ¡Pero sigues siendo humano! Tienes en ti el poder para romper los grilletes de Cráneo... ¡Para ser libre!





El Capitán América cree en la libertad, está convencido de que la libertad del individuo es un derecho, un bien, que debe ser protegido a toda costa, pero la cuestión de fondo es, si realmente esa libertad existe. ¿Realmente somos libres? Es decir, ¿en realidad tomamos nuestras decisiones libremente? O quizás, todo esto no es más que una ilusión, ¿y si nuestra sensación de libre albedrío no es más que una especie de espejismo fabricado por el cerebro?

La idea de que el libre albedrío es un espejismo se debe al resultado de algunos experimentos realizados en neurociencia. El resultado de los mismos se han interpretado como pruebas del determinismo, es decir, no somos libres, no tomamos nuestras decisiones sino que estas ya están determinadas de antes, lo que sucede es que el cerebro fabrica esa ilusión de que hemos tomado una decisión cuando en realidad la decisión ya había sido tomada.

El más famoso de estos experimentos es el que llevó a cabo Benjamin Libet en 1983. Para entender dicho experimento antes debemos comentar, aunque sea brevemente, el descubrimiento que realizaron en Kornhuber y Deecke en 1965(2). Estos neurólogos alemanes estuvieron observando la actividad cerebral de diversos sujetos mientras estos flexionaban los dedos. Encontraron que aproximadamente un segundo antes del movimiento de flexión de los dedos, en el cerebro se producía un potencial eléctrico al que llamaron potencial motor preparatorio.

El experimento de Libet buscaba demostrar que la impresión subjetiva de tomar la decisión de mover el dedo era la causa tanto de la actividad cerebral como del movimiento del dedo. Esa impresión subjetiva sería el reflejo de la voluntad libre del sujeto que había tomado la decisión de mover el dedo. Podemos imaginar la sorpresa de Libet y su equipo cuando los resultados de su experimento ponían en entredicho la existencia de esa voluntad libre. Dejemos que sea el neurólogo Francisco J. Rubia el que nos cuente como era el experimento y sus resultados(2):

...Para ello colocaron una esfera de reloj ante los sujetos alrededor de la cual giraba un punto rojo en la dirección de las agujas del reloj. Los sujetos tenían que decir en qué punto se encontraba el punto rojo cuando tenían la intención consciente de mover el dedo. Libet quería probar que la impresión subjetiva de voluntad de acción de los sujetos era la causa de la actividad cerebral y del movimiento. Para su sorpresa, esa impresión subjetiva ocurría unos trescientos milisegundos después de que se produjera el potencial preparatorio motor y doscientos milisegundos antes de que se moviese el dedo. Por tanto, la actividad cerebral no era la consecuencia de la sensación subjetiva de voluntad de acción, sino que precedía a esa voluntad. Tanto el movimiento como la sensación subjetiva de voluntad eran el resultado de una actividad cerebral que se ponía en marcha de manera inconsciente mucho antes de que se produjesen ambos fenómenos.

Tras el experimento de Libet han venido otros cuantos que parecen apuntar en la misma dirección, el cerebro fabrica esa sensación de libertad. La decisión ya ha sido tomada, y nuestro yo consciente poco o nada tiene que ver en ello. En 2008 John-Dylan Haynes constató que pueden llegar a pasar hasta diez segundos antes de que una libre decisión de hacer un determinado movimiento se haga consciente(2).

Entonces, ¿esto es todo? ¿nuestra libertad de acción no es tal? ¿En lugar de ser como el Capitán América somos más bien como Dekker el Ameridroide? Es decir, ¿creemos actuar libremente cuando en realidad nuestros “yoes” nada tienen que ver en el proceso, pues las decisiones ya han sido tomadas, están determinadas, de forma similar a como las decisiones de Dekker estaban determinadas por el control mental que Cráneo Rojo ejercía sobre él? Bueno, no necesariamente. Los experimentos ponen de relieve que esa es la situación en lo que a movimientos se refiere, por ejemplo en lo que a movimientos de dedos se refiere, pero ¿puede extrapolarse al resto de decisiones que tomamos?

La filosofa Adela Cortina piensa que estos experimentos no ponen en entredicho nuestra libertad a la hora de tomar decisiones, la libertad, la que realmente nos importa es aquella que se refleja en las decisiones que tomamos tras un proceso de deliberación. Veamos algunas de las objeciones que Cortina pone al experimento de Libet(3):




Y es que, ciertamente, el experimento de Libet se reduce a movimientos puntuales, arbitrarios y rápidos, cuando la vida personal se va forjando a través del tiempo, cultivando hábitos de distinto tipo que permiten ahorrar energía vital. Si no fuera así, tendríamos que decidir conscientemente desde la mañana hasta la noche cada uno de nuestros movimientos, desde el pie con el que salimos de la cama hasta la forma de apagar la luz por la noche. Son movimientos que ejecutamos de forma mecánica, porque hemos ido acumulando para cada caso ese potencial de disposición que nos permite no tener que partir de cero, lo cual sería no solo agotador, sino imposible.


Cortina acierta, en tal caso el experimento de Libet y otros, pone de manifiesto la falta de libertad a la hora de realizar determinados movimientos, lo cual es un alivio, si no, como ella señala sería agotador tener que levantarse de la cama. Pero lo más importante es que en el experimento de Libet no se niega la libertad de elección cuando se razona, es decir cuando se piensa, Adela Cortina lo expresa así:

Por último, y esto es tal vez lo más importante, no está claro qué es lo que se mide con diseños artificiales como el de Libet, porque justamente lo que falta en él es la conexión interna con razones. Para hablar de libertad es necesario que haya razones de algún modo con las que el sujeto pueda deliberar, porque la voluntad se configura en el curso de deliberaciones. Una iniciativa de la voluntad en la que no se puede apreciar razones, explícitas o implícitas, no se puede tampoco que sea libre. Esas razones suelen ir ligadas con un carácter que se ha ido forjando día a día, y ése es el mundo de la libertad que nos importa, no el de actuaciones puntuales, artificiales, para las que no existe razón ni deliberación.

Así pues la libertad sigue siendo posible, pero eso no implica que en realidad exista. Quizás estemos ante el fantasma de la libertad, algo que consideramos que existe, pero que como los creyentes en fantasma estamos completamente equivocados, y nuestra aparente libertad, no es más que eso, apariencia, pero nada real. Adela Cortina da razones a favor de la libertad, algunas de ellas se basan en la existencia de los sentimientos reactivos. Sentimientos como el resentimiento o la admiración. Cómo tener sentimientos de resentimiento si el causante de mi daño no era libre y por lo tanto difícilmente responsable, o por otro lado, cómo admirar a alguien si no actuó libremente para llevar a cabo la acción que nos causa admiración. Otra razón, siempre según Cortina, sería que no podemos vivir en una sociedad donde no haya responsabilidad moral o legal, hemos creado sociedades con instituciones como la justicia, cómo vamos a castigar o a premiar a alguien si sus actos, en última instancia, no fueron libres. Pero estas razones en favor de la libertad, en realidad no los son, son razones para sostener que creemos que tenemos esa libertad y por ello sentimos como sentimos, y creamos las instituciones que creamos, bien pudiera ser que creamos en esa libertad pero no exista, del hecho de que no podamos, o no queramos vivir en una sociedad sin instituciones como la justicia, o en sociedades donde no se protege esa supuesta libertad, no significa que en realidad la tengamos.

Y es que la libertad es difícil de encajar en el universo. Parece que el determinismo es el rey del universo, y por lo tanto, nuestros cerebros, que a fin de cuentas no son más que sistemas que se encuentran en este universo deberán cumplir las leyes que lo rigen. Es común oír como se recurre a la mecánica cuántica para intentar justificar la existencia de la libertad. La verdad es que la mecánica cuántica es difícil de entender, de ahí que haya tanto charlatán y algún otro que no lo es, que intenta recurrir a ella para intentar encontrar como encaja la libertad en el universo. Muchos argumentan que la mecánica cuántica no es determinista, pero esto es discutible. Si se “golpea” a un electrón no sabemos donde va a acabar, lo que sabemos es la probabilidad de que acabe en determinados lugares, esas probabilidades en cierta medida están determinadas por ese “golpe”. Aunque no fuera así y la mecánica cuántica fuera completamente indeterminista, si fuera el reino del completo azar, eso no ayudará nada para que la libertad entre en escena, si nuestras decisiones fueran completamente azarosas tampoco podremos catalogarlas como libres, así pues, la libertad, si existe, debe estar en algún punto entre esos dos reinos.

De lo que si podemos estar seguros es que no existe la libertad absoluta, como sostiene los denominados libertarios. Nuestras decisiones no pueden estar libres de condicionamientos, sino más bien, todo lo contrario. Las decisiones, se tomen como se tomen, se toman en el cerebro, y este es un órgano biológico, por lo tanto nuestras decisiones están condicionadas por el funcionamiento de nuestras neuronas, por nuestra genética responsable de nuestro cerebro, etc. y al mismo tiempo están condicionadas por el entorno socio-cultural en el que nos desarrollamos, el cual, gracias a la plasticidad cerebral, influye en cómo se va conformado el cerebro, así pues, nuestras decisiones no están condicionadas tanto biológicamente como culturalmente.

El Capitán América, emblema de la libertad, nos pone sobre la mesa una de las cuestiones más importantes que podemos plantearnos, ¿somos libres? Si la respuesta es afirmativa, entonces solo quedaría ver en que grado lo somos, pero si la respuesta es negativa, entonces, las implicaciones para nuestra concepción sobre nosotros mismos y para las sociedades en las que vivimos serían demoledoras. Es difícil imaginar que nos gustara vivir en un mundo así. Si filosofamos es para buscar la verdad y es cuestión de honradez intelectual aceptar las respuestas, no en función de si nos agradan, sino en función de si son ciertas o no. Para buscar el conocimiento y la sabiduría se requiere el valor de un héroe. El valor de enfrentarnos a aquello que nos desagrada y que nos supera, como bien nos recuerda aquel enclenque Steve Rogers, que para enfrentarse al horror nazi estaba dispuesto a arriesgar su vida.

Para pensar más:

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo en que no somos libres de forma absoluta y que estamos condicionados por la sociedad que nos rodea. Esta sociedad nos impone una serie de normas sociales a las que nos debemos regir y nos proporciona un rango de decisiones a las que podemos apelar en varios momentos de la vida. Esta serie de decisiones nos proporciona el sentimiento de libertad del que disfrutamos. Asimismo, cuando nos quieren eliminar una de esas opciones para elegir que tenemos, nos sentimos amenazados y protestamos para no ceder mi un ápice de lo que consideramos nuestro por derecho.
    ¿Somos libres? Considero que solo lo somos en cierto grado. La libertad de un individuo no debe interferir con la de otro y este hecho, ya hace que no exista la libertad absoluta.

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  2. De acuerdo con el primer comentario... Sería muy interesante extender este tema al ámbito social-ideologico, ahora que tanto nos sacamos los ojos por posturas políticas, entre liberales, socialistas, democratas etc,... claro, desde un punto de vista filosófico.

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